Un exguerrillero convertido en estadista, Mujica se convirtió en un símbolo de modestia y política progresista en América Latina, ganándose el apodo de "el presidente más humilde del mundo". Su ataúd, cubierto con la bandera, fue escoltado por la capital en un carro de artillería mientras seguidores, algunos llorosos, llenaban las calles.
"Gracias por todo lo que hizo por los pobres, el presidente de los pobres", dijo uno de los afectados por su muerte. El cortejo terminó en el Parlamento, donde pancartas, coronas y retratos de Mujica cubrían el césped. Frente al Palacio Legislativo, en letras grandes, se leía el mensaje: “Adiós, Pepe”.